EL PASTOR, LA PASTORA Y LA LLAMA: SÍMBOLOS DE RECIPROCIDAD EN EL CIELO NOCTURNO DEL DESIERTO DE ATACAMA

Por: Del Pilar Rodríguez Galleguillos

(Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, Fondart Nacional y Regional, Convocatoria 2021, región de Antofagasta)

La relación que el mundo indígena tiene con todos los elementos de la naturaleza se comprende de forma armónica, recíproca y complementaria. Y los animales, nuestros hermanos y hermanas con quienes compartimos este espacio y tiempo, ocupan un lugar fundamental para conocer y entender el universo.

En el Desierto de Atacama, la flora y la fauna resisten a las inclemencias del extractivismo, y con ellas, las practicas ancestrales como pastorear, siguen vivas. El chañar, el algarrobo y el Tamarugal entregan semillas y alimento para los animales. Cuando llega el invierno, pastores y pastoras se adentran a las montañas para encontrar la comida para sus rebaños.

El pueblo Atacameño Lickanantay es agricultor, ganadero y minero[1], el agua de las montañas que abrió surcos a su paso mantiene la vida en los valles y oasis, por donde aún se encuentran estancias y poblados en las que pastores y pastoras cuidan de sus animales, bajo una rutina abnegada que mantiene su conexión con la naturaleza.

Pastoreo estelar

Carlos Vega pertenece a una familia de pastores y pastoras, es conocedor de las tradiciones, de saberes locales y la cultura andina. Creció en el pueblo de Caspana junto a un abuelo que a través del relato le enseñó la cosmovisión de los pueblos andinos y la estrecha relación que tienen los elementos de la naturaleza con el infinito del universo que a simple vista está tan vasto de luz y oscuridad.

Carlos cuenta que “para nosotros las llamas son maravillosas, gracias a ellas los atacameños han podido vivir en el desierto, gracias a ellas han podido evolucionar y vivir aquí, porque ellas nos dieron la carne, la lana para poder vivir y su piel para también poder hacer zapatos. Nuestros ancestros las cuidaron mucho, entonces de esa manera, la llama para nosotros es un ser mágico (…). La llama se lleva al cielo, y en este cielo, a diferencia de lo que es la astronomía occidental, nuestros ancestros le dieron mucha más importancia a la oscuridad del cielo que a la luz que en él hay”.

La Yakana, o Patta Sil’la (madre llama) está en medio del río de estrellas que forma la Vía Láctea, en los espacios oscuros formados por polvo estelar, teniendo a las estrellas de Alfa y Beta Centauro como sus ojos o Llamac Ñawin, en Quechua. El arqueólogo, Ricardo Moyano, explica que este río celestial “viene siendo la representación de todos los ríos que hay en la tierra, en el firmamento. La llama, precisamente, gira todas las noches y al llegar la media noche simbólicamente bebe el agua para que la tierra no se inunde[2].”

Así también, el investigador indica que “existen evidencias arqueológicas del culto a la llama celeste o Yakana, en distintas parte de la zona andina  (…) uno de estos sitios, particularmente en la parte alta del Loa, refiere a Taira[3], donde podemos encontrar representaciones de llamas con estómagos abultados en actitud de estar amamantando a su cría, precisamente en lugares donde se origina el agua y donde existen los manantiales, que de alguna manera remite a esta tradición también muy andina, en la cual la llama representa la fertilidad, está vinculada con el río del cielo y también, hace parte de la vida social de los seres humanos”.

Naturaleza, ciencia y conciencia

Carlos Vega desarrolla esta práctica ancestral junto a su compañera y su hija, eligiendo una forma de vida que día a día exige el cuidado de los animales, de las plantas que les alimentan, del agua que escasea en el desierto.

El pastor interpela ¿cómo protejo yo a la naturaleza? (…) el consumismo les ha hecho (a la sociedad actual) perder la sensibilidad con la naturaleza. (…) Cuando compran un pedazo de carne, ellos no tienen la sensibilidad de ver qué animal es, cómo vivió, dónde estaba, si realmente fue un animal feliz. (…) Yo no me niego al consumo de carnes, vegetales o de semillas, no me niego a ningún tipo de consumo, sino que lo hagamos con respeto, con el respeto que se merece tal creación de la naturaleza. Porque un animal necesita el mismo respeto que cuando yo me como una planta, o cuando yo me como una semilla, o cuando me como una fruta, es el mismo respeto, porque cada uno de ellos va a ser parte de mí, me va a entregar su energía para poder vivir, entonces necesito tener esa conciencia”.

Y es que “Los animales siempre han sido parte de la vida de los seres humanos, particularmente a los que podemos llamar domésticos. En ese contexto, las llamas son reconocidas como integrantes del grupo familiar. Generalmente los camélidos están representados en lugares de pasos, en ruta, paraderos, y sobre todo en lugares cercanos al agua” asegura el arqueólogo.

En medio de un desierto acogido por las montañas, los pastores y las pastoras caminan largas distancias buscando el alimento y el agua para sus animales, con quienes se desarrolla una relación estrecha, necesaria y natural. Carlos afirma que “ser pastor es una forma de vida muy hermosa, en la que tienes que comprender a los animales y al final uno empieza hacer una relación como familia con las ovejitas, las cabritas, los llamitos. Entonces, todos sabemos qué es lo que le pasa a una (…) con el tiempo uno va interpretando, sabiendo lo que ellos necesitan, si tienen sed, tienen hambre o les duele algo”.

Pero la llama no es el único animal que los pueblos andinos encontraron en el cielo nocturno, “junto a la llama, encontramos una cría que se alimenta de la misma, junto a estos animales tenemos la representación de un zorro y un pastor, (…) más cercano a la zona que se representa en la Cruz del Sur se pueden identificar una perdiz y un sapo, también en zonas oscuras. Y a mano derecha, la representación de una serpiente que termina completando este panteón de animales representados en el cielo” explica Moyano (2021)[4].

La observación astronómica de los pueblos andinos ha permitido ver en el cielo los ciclos que indican, por ejemplo, cuándo sembrar y cuándo cosechar. Este cielo se conecta con las montañas que albergan la memoria ancestral de nuestros antepasados. De esta forma, se reafirma esta conexión entre el cosmos, el mundo terrenal y el inframundo, en un diálogo en que participan todos los elementos que les componen, entre ellos, la humanidad.

¿Qué estará diciendo la Yakana para este periodo de siembra? ¿Cómo se vendrá este año en medio de tanta depredación a la naturaleza? Para el pastor atacameño “En muchas partes del desierto es muy difícil vivir, es muy duro, no hay alimento, agua, entonces aquí tenemos que desarrollar una relación que tiene una armonía entre el ser humano y las otras especies que están dentro de la madre tierra (…) tenemos que preocuparnos de proteger al árbol, tenemos que preocuparnos y proteger a los animales, a las aves, poder convivir de esta manera, porque el equilibrio del ecosistema donde vivimos es tan frágil que si nosotros como seres humanos lo dañamos, vamos a dañarnos a nosotros mismos. Nuestra relación es recíproca”

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[1] https://www.mnhn.gob.cl/noticias/de-calama-nueva-york-las-desventuras-del-hombre-de-cobre?_noredirect=1

[2] Refiriendo a las crónicas y datos recogidos por Francisco de Ávila (1598) y el padre Bernabé Cobo (1653), entre otros.

[3] Para más información: Vilches, F. 2005. Espacio celeste y terrestre en el arte rupestre de Taira. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 10(1): 9-34, Santiago de Chile ISSN 0716-1530. https://boletinmuseoprecolombino.cl/wp/wp-content/uploads/2015/12/bol-10-vol1-02.pdf

[4] Para mayores antecedentes, ver: Urton, G. 1981.  At the Crossroads of the Earth and the Sky: An Andean Cosmology. Austin: University of Texas Press. O el trabajo de Magaña, E. 2006. Astronomía de algunas poblaciones Quechua-Aymara del Loa Superior, Norte de Chile. Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino 11(2): 51-66, Santiago de Chile. ISSN 0716-1530.

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